El concepto del continuum: Revolucionando la crianza desde una perspectiva ancestral

Al abordar la crianza y el desarrollo de nuestros hijos, los padres modernos se encuentran enfrentados a un torrente de información. Teorías, estudios, recomendaciones de expertos: todo se entrelaza en un laberinto que, a veces, nos desconecta de algo fundamental y profundo, algo que las culturas ancestrales tenían muy claro. Es aquí donde el libro El concepto del continuum, de Jean Liedloff, nos ofrece una visión revolucionaria, a la vez antigua y refrescante. Su propuesta desafía algunas de nuestras prácticas actuales, sugiriendo que el camino para criar hijos sanos y felices podría estar en recuperar ciertos aspectos de la forma de crianza de las sociedades tradicionales.

Liedloff, tras vivir con las tribus Yequana en la selva venezolana, presenta la idea del «continuum», un concepto que describe las necesidades humanas innatas y cómo nuestro desarrollo se ve afectado cuando éstas no se cumplen de manera adecuada. En este artículo, exploraremos los puntos clave de El concepto del continuum, profundizando en sus ideas y cómo pueden ser aplicadas en nuestras propias familias para nutrir el vínculo y bienestar emocional de nuestros hijos.

Entendiendo el concepto del continuum

La base del libro se centra en el concepto de «continuum», que se refiere a la línea de desarrollo natural y continuo que todos los seres humanos deberían experimentar desde el nacimiento. Según Liedloff, el niño tiene una serie de expectativas innatas de lo que debería recibir de su entorno durante su desarrollo. Estas expectativas están basadas en millones de años de evolución y se refieren a la necesidad de contacto constante, pertenencia, y de ser parte activa de la vida comunitaria.

Por ejemplo, los bebés Yequana son llevados todo el tiempo por sus madres o cuidadores, se les mantiene cerca del cuerpo en casi todas las actividades. Esto, dice Liedloff, no sólo satisface la necesidad de contacto físico del bebé, sino que también le da un sentido de seguridad, pertenencia y normalidad. Al experimentar este contacto constante, el bebé se siente parte de la tribu, y así aprende a confiar tanto en sus cuidadores como en su propio entorno.

En contraposición, muchos niños en la sociedad moderna pasan largos períodos solos, ya sea en cunas, carruajes o asientos para automóviles. Esto, según el concepto del continuum, puede llevar a una sensación de desconexión que afecta la forma en que el niño se relaciona con el mundo a lo largo de su vida. Nos hace pensar en cuánto de lo que percibimos como comodidad moderna podría, de hecho, estar erosionando la conexión fundamental entre padres e hijos.

Este concepto nos lleva a reflexionar sobre cómo nuestras prácticas modernas de crianza, que muchas veces priorizan la eficiencia y la comodidad, pueden tener un impacto negativo en el desarrollo emocional y psicológico de nuestros hijos. Al centrarnos en el confort y en la tecnología, a menudo dejamos de lado algo tan esencial como el contacto humano constante y el sentimiento de pertenencia que los bebés necesitan para desarrollarse plenamente.

Es importante entender que estas expectativas de contacto y pertenencia no son caprichosas ni «preferencias», sino necesidades evolutivas profundamente enraizadas. El contacto físico no solo proporciona consuelo, sino que también sienta las bases para la construcción de un vínculo seguro y confiado con los cuidadores, algo fundamental para el desarrollo emocional sano del niño. La carencia de contacto suficiente puede llevar a un sentimiento de inseguridad, ansiedad y desconexión, lo cual, en muchos casos, se arrastra a la vida adulta.

Liedloff observa que en nuestra cultura solemos ver a los bebés como seres frágiles y delicados que deben ser protegidos del entorno, a menudo en detrimento de sus necesidades de contacto físico y movimiento. Sin embargo, el bebé humano, al igual que otros mamíferos, espera ser llevado, cargado y acompañado en los ritmos naturales de la vida diaria. En lugar de mantener al bebé apartado en un espacio especial para él, como una cuna o un carruaje, los Yequana lo integran en su vida cotidiana, lo cual contribuye a que el bebé perciba su entorno como seguro y predecible.

El contacto físico y la seguridad emocional

Una de las ideas centrales del libro es la importancia del contacto físico constante en los primeros meses y años de vida. Este contacto no solo satisface la necesidad de calor y alimentación, sino que también establece un vínculo emocional profundo. Por ejemplo, al llevar al bebé en brazos mientras realizamos tareas cotidianas, el bebé no sólo se siente seguro, sino que también se familiariza con los ritmos y sonidos de la vida diaria.

En lugar de delegar el cuidado del bebé a dispositivos o incluso a demasiadas manos, Liedloff nos recuerda la importancia de que el niño se mantenga en un contacto cercano con la madre o el cuidador principal. Esto no significa descartar la ayuda de una red de apoyo, sino más bien enfocarnos en cómo el contacto y la cercanía ofrecen al niño la seguridad de sentirse siempre conectado con la figura principal que lo cuida.

Un ejemplo de aplicación en la vida diaria es el uso de portabebés ergonómicos que permiten a los padres llevar a sus hijos consigo mientras realizan sus actividades cotidianas. Esto no solo deja las manos libres para otros quehaceres, sino que permite al bebé estar integrado al ritmo de la vida diaria del hogar. Podemos pensar cómo, al llevar al bebé cerca del cuerpo mientras preparamos la cena, él no solo percibe nuestro calor y los latidos del corazón, sino que también empieza a observar y ser parte de la actividad diaria.

El contacto constante también tiene un impacto directo en el desarrollo del sistema nervioso del bebé. Estudios recientes han demostrado que el contacto piel con piel ayuda a regular la temperatura, el ritmo cardíaco y la respiración del bebé, promoviendo un desarrollo más saludable y un mayor sentido de bienestar. Esta conexión física también fortalece el sistema inmunológico y reduce los niveles de estrés tanto en el bebé como en la madre, creando un entorno de calma y seguridad que favorece el desarrollo emocional del niño.

Cuando pensamos en la importancia del contacto, es necesario también considerar cómo este influye en la regulación emocional del bebé. Los bebés nacen con sistemas nerviosos inmaduros y dependen de sus cuidadores para aprender a regular sus emociones. Cuando un bebé está cerca de su cuidador, puede sentir su respiración, sus latidos, y el ritmo tranquilo de sus movimientos. Todo esto actúa como un «marcapasos» para el bebé, enseñándole, a través de la experiencia directa, a calmarse y regular sus emociones.

En contraste, cuando un bebé es colocado durante largos períodos en una cuna o en un carruaje, se le priva de esta regulación externa, lo que puede contribuir a estados de ansiedad e incomodidad. El contacto cercano, por lo tanto, no solo proporciona consuelo y satisfacción física, sino que también es un componente clave para el desarrollo de la capacidad de autorregulación emocional. A medida que el bebé crece, este aprendizaje temprano lo ayudará a manejar mejor el estrés y las emociones difíciles, construyendo una base sólida para el desarrollo emocional futuro.

Otro aspecto importante que Liedloff menciona es el valor del contacto no solo como algo dirigido hacia el bebé, sino como parte de una experiencia compartida. En las sociedades tradicionales, los cuidadores no están siempre dedicados exclusivamente al bebé, sino que lo llevan consigo mientras realizan sus tareas diarias, permitiendo que el niño se convierta en un participante pasivo y, más tarde, activo de la vida comunitaria. Esta integración temprana a la vida familiar y comunitaria contribuye al sentido de pertenencia y seguridad que el bebé desarrolla, enseñándole desde el principio que tiene un lugar en el grupo y que su presencia es importante.

El papel de la comunidad en la crianza

Otro de los puntos clave del libro es el papel de la comunidad en la crianza de los niños. En la sociedad Yequana, los niños son criados no solo por sus padres, sino también por otros miembros de la tribu. Esta forma de crianza colectiva crea un ambiente de apoyo y pertenencia donde los niños se sienten valorados y protegidos por todos los miembros de la comunidad.

En nuestras sociedades actuales, tendemos a ver la crianza como una tarea individualista, con los padres a menudo aislados de sus propias redes de apoyo. Podemos aprender del ejemplo de los Yequana para buscar formas de construir comunidades más cercanas y solidarias, ya sea recurriendo a grupos de crianza, amigos o familiares. Este sentido de apoyo colectivo no solo reduce la carga emocional para los padres, sino que también permite a los niños tener un sentido de pertenencia más allá de la familia nuclear.

Imaginemos cómo podría ser si en nuestra vida cotidiana, los niños tuvieran la oportunidad de pasar tiempo significativo con otros adultos de confianza, ya sea tíos, abuelos, vecinos o amigos cercanos. De esta manera, el niño aprendería a relacionarse con una mayor variedad de personas, ganando seguridad y ampliando su círculo afectivo.

Además, el apoyo comunitario también ofrece a los padres un respiro necesario. La crianza en solitario puede ser agotadora y llevar al agotamiento físico y emocional. Cuando contamos con una red de apoyo, los padres pueden sentirse más tranquilos y satisfechos, lo cual repercute positivamente en la forma en que interactúan con sus hijos. Un padre que tiene la oportunidad de descansar y recibir apoyo emocional es un padre más paciente, presente y cariñoso.

Liedloff nos muestra que el concepto de comunidad va más allá del mero apoyo logístico. La comunidad ofrece a los niños una variedad de modelos a seguir y les brinda la oportunidad de aprender observando e interactuando con diferentes personas. En la sociedad Yequana, los niños más pequeños observan a los mayores y aprenden de ellos, lo cual contribuye a su desarrollo social y a su comprensión del mundo. Esta experiencia les permite desarrollar habilidades sociales y emocionales de una manera orgánica y natural.

En nuestra cultura, los niños a menudo son privados de esta riqueza de experiencias comunitarias. Pasan gran parte de su tiempo en entornos muy estructurados, con adultos que actúan como únicos mediadores de sus interacciones. Liedloff sugiere que la crianza en comunidad permite a los niños experimentar un entorno más complejo y variado, lo cual fomenta su adaptabilidad y resiliencia. Aprenden a observar, esperar su turno, ayudar a los demás, y entender su papel dentro de un grupo más amplio, habilidades que son fundamentales para su desarrollo emocional y social.

Podemos llevar este aprendizaje a nuestras propias vidas buscando crear una «tribu» moderna para nuestros hijos. Esto podría significar fortalecer nuestras relaciones con amigos y familiares, organizar actividades conjuntas con otras familias, o involucrarnos en grupos comunitarios que ofrezcan a nuestros hijos un sentido de pertenencia y les permitan interactuar con una variedad de personas. De esta forma, podemos acercarnos un poco más a la forma en que los Yequana crían a sus hijos, proporcionando un entorno más rico y seguro para su desarrollo.

El respeto por la autonomía del niño

Jean Liedloff también hace hincapié en la importancia de respetar la autonomía de los niños desde edades tempranas. En la sociedad Yequana, los adultos no interfieren innecesariamente en el juego o las decisiones de los niños. Ellos tienen la libertad de explorar su entorno, aprender a través de la experiencia directa y cometer errores sin una corrección constante.

Esta perspectiva contrasta con la crianza moderna, donde a menudo sentimos la necesidad de dirigir y controlar cada aspecto de la vida de nuestros hijos, desde el juego hasta sus actividades escolares. Liedloff nos invita a confiar más en la capacidad natural de los niños para aprender y desenvolverse. Esta autonomía fomenta en los niños una sensación de competencia y autoestima, ya que sienten que se confía en ellos y en sus decisiones.

Un ejemplo práctico podría ser permitir que nuestros hijos jueguen libremente en el parque sin dar instrucciones constantes. Podemos quedarnos cerca para garantizar su seguridad, pero evitar la tentación de guiarlos en cada acción o decidir por ellos qué actividades deberían realizar. Esta libertad para experimentar y explorar les permite desarrollar su sentido del juicio y descubrir sus propias capacidades.

Otro ejemplo podría ser permitir que el niño decida qué ropa quiere usar, incluso si sus elecciones no son las que nosotros preferiríamos. Al respetar su elección, le estamos enseñando que sus opiniones son válidas y que tiene el control sobre ciertos aspectos de su vida, lo cual es fundamental para su desarrollo como individuo seguro y autónomo.

El respeto por la autonomía del niño no solo implica permitirle tomar decisiones pequeñas, sino también darle la oportunidad de resolver problemas por sí mismo. Muchas veces, los padres intervenimos demasiado rápido cuando vemos que nuestros hijos enfrentan un desafío, ya sea atarse los zapatos, construir una torre con bloques, o lidiar con un conflicto en el juego. Sin embargo, al permitir que el niño intente, falle y lo vuelva a intentar, le damos la oportunidad de desarrollar habilidades de resolución de problemas y de aprender de sus propios errores.

En la sociedad Yequana, los niños no son constantemente observados ni dirigidos por adultos; tienen la libertad de explorar y aprender a su propio ritmo. Esto les permite desarrollar una confianza natural en sus propias capacidades y en su capacidad de superar dificultades. Cuando intervenimos demasiado pronto, les estamos transmitiendo el mensaje implícito de que no son capaces de hacerlo por sí mismos, lo cual puede afectar negativamente su autoestima y su disposición a enfrentar nuevos desafíos.

Fomentar la autonomía también significa permitir que el niño experimente las consecuencias naturales de sus acciones, siempre y cuando no pongan en riesgo su seguridad. Por ejemplo, si un niño se niega a ponerse una chaqueta en un día frío, podemos permitirle salir sin ella y experimentar la sensación de frío, para que aprenda por sí mismo la importancia de abrigarse. Este tipo de experiencias son valiosas porque les enseñan a los niños a tomar decisiones informadas y a asumir la responsabilidad de sus propias acciones.

El rol del llanto y las expectativas culturales

Liedloff también aborda el tema del llanto y la importancia de entenderlo desde una perspectiva natural y no como algo que deba ser reprimido o inmediatamente resuelto. En la cultura Yequana, los bebés lloran cuando realmente hay una necesidad, y esa necesidad es satisfecha rápidamente gracias a la cercanía constante de sus cuidadores. Sin embargo, los niños no son el centro de atención constante. Se espera que ellos, al igual que los adultos, se adapten al flujo de la vida comunitaria, lo cual los hace sentirse parte del grupo sin una sobreexigencia de atención.

En las sociedades modernas, a menudo interpretamos el llanto del bebé como un llamado de angustia que debe ser resuelto de inmediato y de cualquier forma posible. Esto puede llevarnos a sobreproteger o incluso a crear patrones de comportamiento que hagan del bebé el centro de todo. Liedloff sugiere que entender el llanto como parte natural de la comunicación del bebé, y responder a él con tranquilidad y empatía, en lugar de ansiedad, puede ser una manera más saludable de fomentar su desarrollo emocional.

Por ejemplo, si el bebé empieza a llorar mientras estamos ocupados, en lugar de apresurarnos de manera agitada, podemos intentar acercarnos de forma calmada, tomándolo en brazos y hablándole con tranquilidad, permitiéndole que sienta nuestra presencia sin proyectar urgencia o tensión. Este enfoque enseña al bebé que el mundo es un lugar seguro y que sus necesidades serán atendidas, pero no necesariamente con ansiedad o sobreestimación de sus emociones.

El llanto también tiene un papel importante en el desarrollo emocional del niño. Cuando un bebé llora y recibe una respuesta tranquila y empática, aprende que sus emociones son válidas y que es seguro expresar lo que siente. Esto tiene implicaciones a largo plazo en la forma en que el niño gestionará sus emociones en el futuro, ya que se sentirá cómodo expresando sus sentimientos y buscará apoyo cuando lo necesite.

Es esencial comprender que el llanto es una forma de comunicación, no simplemente una expresión de malestar. Al responder al llanto de manera tranquila y empática, estamos ayudando al bebé a desarrollar una comprensión saludable de sus propias emociones. En lugar de tratar de detener el llanto a toda costa, podemos verlo como una oportunidad para enseñar al bebé que está bien sentirse triste, frustrado o incómodo, y que siempre tendrá el apoyo necesario para atravesar esos momentos.

Este enfoque también ayuda a evitar la sobreprotección. Cuando corremos para satisfacer cada necesidad del bebé antes de que tenga la oportunidad de expresar sus sentimientos, corremos el riesgo de enseñarle que el malestar es intolerable y que siempre debe ser evitado. En cambio, al acompañar al bebé durante su llanto sin apresurarnos a eliminar la causa de su malestar, le enseñamos que es posible tolerar las emociones difíciles y que no hay nada de malo en sentirse así de vez en cuando. Esto sienta las bases para una mayor resiliencia emocional a medida que el niño crece.

El valor de la presencia plena

Liedloff también enfatiza la importancia de la presencia plena y cómo esta puede marcar una gran diferencia en la forma en que nuestros hijos se sienten conectados y valorados. En una cultura que privilegia la multitarea, es fácil que los padres pasemos gran parte del tiempo con nuestros hijos sin estar realmente presentes. Estamos físicamente junto a ellos, pero nuestra mente está en el trabajo, en las tareas del hogar, o en el teléfono.

La autora nos recuerda que, para que los niños se desarrollen de manera plena y segura, necesitan nuestra presencia real, nuestra atención plena. Esto no significa que debamos dedicarnos exclusivamente a ellos todo el tiempo, pero cuando estemos con ellos, es fundamental darles nuestro tiempo y atención sin distracciones. Al hacerlo, fomentamos una conexión profunda y fortalecemos el vínculo afectivo, lo cual les permite crecer con una base emocional sólida.

Podemos pensar en esos momentos cotidianos, como la hora del baño o antes de dormir, donde es importante dejar a un lado el teléfono y cualquier otra distracción para estar completamente presentes. Leer un cuento sin apuros, escuchar con atención las historias que nos cuentan sobre su día, o simplemente mirarlos a los ojos mientras hablamos con ellos, son pequeños gestos que marcan la diferencia en cómo perciben el amor y la seguridad.

Además, la presencia plena no solo beneficia a los niños, sino también a los padres. Estar realmente presentes nos permite disfrutar más de nuestra experiencia como padres, ser conscientes de los pequeños momentos de felicidad y conexión que surgen en el día a día. Esta práctica también nos ayuda a reducir el estrés, ya que nos enfocamos en el momento presente en lugar de preocuparnos por lo que tenemos pendiente o lo que podría suceder en el futuro.

La presencia plena también tiene un impacto positivo en la regulación del comportamiento de los niños. Cuando un niño se siente verdaderamente escuchado y comprendido, es menos probable que recurra a comportamientos desafiantes para llamar la atención. Muchos de los problemas de comportamiento que enfrentamos con nuestros hijos surgen de una necesidad no satisfecha de conexión y atención. Al brindarles momentos de presencia plena, les mostramos que son importantes para nosotros y que sus pensamientos y sentimientos son valiosos, lo cual reduce la necesidad de buscar atención a través de comportamientos negativos.

Podemos cultivar la presencia plena mediante pequeñas prácticas diarias que nos ayuden a reconectar con nuestros hijos. Por ejemplo, podemos establecer una rutina en la que, al llegar a casa después del trabajo, dedicamos los primeros 15 minutos exclusivamente a estar con nuestros hijos. Durante ese tiempo, dejamos a un lado cualquier preocupación o distracción y simplemente nos enfocamos en ellos, ya sea jugando, conversando o abrazándolos. Estos momentos de conexión genuina pueden tener un impacto profundo en la relación que construimos con nuestros hijos y en su sentido de seguridad y pertenencia.

Volver al instinto: Una reflexión sobre la naturaleza de la crianza

El concepto del continuum también nos invita a reconectar con nuestro instinto como padres. En la cultura moderna, a menudo nos sentimos desvinculados de nuestra capacidad innata de criar a nuestros hijos, recurriendo constantemente a expertos, guías y manuales. Liedloff nos recuerda que la crianza es una experiencia humana universal y que, en gran medida, tenemos la capacidad natural de saber lo que nuestros hijos necesitan si aprendemos a escuchar nuestras propias intuiciones.

Esta reflexión nos lleva a confiar más en nuestra capacidad de criar, en nuestras percepciones y en el conocimiento que surge del amor y la convivencia. No se trata de rechazar el conocimiento científico o las recomendaciones profesionales, sino de encontrar un equilibrio donde también valoremos nuestra sabiduría interna.

Es importante reconocer que cada niño es único y que, aunque las recomendaciones externas pueden ser útiles, nadie conoce mejor a nuestro hijo que nosotros mismos. Al escuchar nuestras propias intuiciones y confiar en nuestra capacidad de cuidar y educar, podemos ofrecer una crianza más auténtica y adaptada a las necesidades particulares de nuestros hijos.

Recuperar nuestro instinto como padres implica también dejar de lado la constante búsqueda de aprobación externa y aprender a sentirnos cómodos con nuestras decisiones. A menudo, los padres nos sentimos presionados a seguir ciertos estándares o a cumplir con las expectativas de los demás, ya sea de familiares, amigos o incluso de las redes sociales. Sin embargo, la verdadera conexión con nuestros hijos surge cuando actuamos desde el amor y la comprensión profunda de sus necesidades, en lugar de tratar de ajustarnos a lo que otros consideran correcto.

Liedloff nos anima a observar y aprender de nuestros hijos, a confiar en que ellos, al igual que nosotros, tienen un conocimiento innato sobre lo que necesitan. Por ejemplo, un bebé que llora puede estar comunicando una necesidad que va más allá del hambre o el sueño. Tal vez necesite consuelo, contacto, o simplemente la presencia de su cuidador. Al aprender a escuchar estas señales y a confiar en nuestra capacidad para interpretarlas, podemos ofrecer una respuesta más auténtica y alineada con las necesidades de nuestros hijos, fortaleciendo así el vínculo afectivo.

Conclusión: Una invitación a la reflexión y la acción

El concepto del continuum nos ofrece una visión poderosa y desafiante sobre la crianza y el desarrollo humano. Jean Liedloff nos invita a repensar algunas de nuestras prácticas modernas y a buscar formas de acercarnos a una crianza más conectada y natural. Nos recuerda la importancia del contacto físico, de la presencia plena, del respeto por la autonomía de los niños y del papel de la comunidad en su desarrollo.

Este libro no es una guía paso a paso, sino una llamada a reflexionar sobre cómo nuestras decisiones diarias afectan el desarrollo emocional de nuestros hijos. Nos invita a reconectar con nuestro instinto, a crear espacios donde el amor, la confianza y la seguridad sean el fundamento de nuestras relaciones familiares.

Como padres, podemos comenzar haciendo pequeños cambios: llevar a nuestros hijos más cerca del cuerpo, confiar en su capacidad de explorar el mundo, buscar redes de apoyo que nos permitan compartir la carga emocional de la crianza, y dedicar momentos de presencia plena donde nuestros hijos se sientan verdaderamente vistos y valorados.

Cada pequeño paso que tomemos hacia una crianza más conectada puede tener un impacto profundo en la vida de nuestros hijos y en nuestra propia experiencia como padres. Así que te invito a poner en práctica algunas de estas ideas, a observar cómo tus hijos responden y a redescubrir el gozo y la naturalidad que la crianza puede ofrecer. Los cambios no tienen que ser drásticos; pequeñas acciones, como cargar a tu bebé más tiempo o desconectarte del teléfono durante un rato para estar con ellos, pueden marcar una gran diferencia.

Finalmente, es esencial recordar que la crianza no es un proceso lineal, sino un camino lleno de aprendizajes, ajustes y momentos de crecimiento tanto para los niños como para los padres. Al adoptar una perspectiva más natural y conectada, podemos disfrutar más del proceso, aprender a ser más pacientes con nosotros mismos y con nuestros hijos, y redescubrir el verdadero propósito de la crianza: criar seres humanos felices, seguros y conectados.

Deja un comentario