«El niño feliz» de Dorothy Corkille Briggs: Un Camino Hacia una Crianza Consciente y Amorosa

Criar a un niño feliz, pleno y seguro de sí mismo no es tarea fácil. Cada día trae nuevos retos, nuevas alegrías y a veces también algunas frustraciones. En su libro «El niño feliz», Dorothy Corkille Briggs nos lleva de la mano para comprender cómo crear un entorno emocionalmente nutritivo para nuestros hijos, brindándonos herramientas esenciales para guiarlos en su desarrollo. Este artículo profundiza en las ideas clave del libro, desentrañando cada una de ellas y ofreciéndote ejemplos y recomendaciones concretas para aplicarlas en tu vida diaria. La crianza consciente y amorosa no solo es un arte, sino un compromiso con el bienestar y la felicidad a largo plazo de nuestros hijos, y Briggs nos brinda una guía para lograrlo.

La autoestima como el centro del desarrollo infantil

En «El niño feliz», uno de los conceptos más relevantes que presenta Dorothy Corkille Briggs es la importancia de la autoestima en el desarrollo de un niño. La autora enfatiza que la autoestima es la base sobre la cual se edifica la personalidad, la capacidad de socializar, el éxito académico y, sobre todo, el bienestar emocional de nuestros hijos. Para los padres, esto implica la responsabilidad de alimentar esta autoestima desde los primeros años de vida.

La autoestima no es algo que simplemente ocurre; se construye, y depende en gran medida de cómo los padres y cuidadores interactúan con el niño. El mensaje implícito que transmitimos en cada interacción, ya sea con palabras o con acciones, juega un papel crucial. Si constantemente corregimos, limitamos o comparamos al niño, el mensaje que puede llegar a su mente es que no es lo suficientemente bueno tal y como es. En cambio, si reforzamos sus logros, escuchamos activamente sus ideas y lo animamos a expresar sus sentimientos, estamos nutriendo su autoestima de manera efectiva.

Por ejemplo, imagina a un niño que está tratando de aprender a andar en bicicleta. En lugar de señalarle cada error que comete, podemos decir: «Me gusta mucho cómo estás practicando y no te rindes. Estoy muy orgulloso de ti». Este tipo de comentarios, cargados de reconocimiento y valoración por el esfuerzo, nutren la autoestima del niño y le permiten sentir que es capaz, que sus intentos son valorados, y que el error es parte del aprendizaje. Este enfoque refuerza la importancia de valorar el proceso por encima del resultado y de mostrar aprecio sincero por el esfuerzo de nuestros hijos.

Además, es crucial que los padres comprendan cómo las palabras y acciones repetitivas pueden establecer un patrón en la mente del niño. Cada afirmación de apoyo, cada gesto positivo y cada oportunidad de escuchar sin juzgar se convierten en un elemento fundamental que alimenta su sentido de sí mismo. La constancia en el refuerzo positivo es lo que marca la diferencia. No se trata de sobreproteger ni de evitar los desafíos, sino de acompañarlos en el proceso de superar obstáculos, celebrando cada intento y fortaleciendo su sentido de autonomía y capacidad.

La autoestima no solo se construye con palabras, sino también con experiencias. Briggs menciona la importancia de ofrecer a los niños oportunidades para que se enfrenten a retos que puedan superar con esfuerzo. Es fundamental encontrar ese equilibrio donde el niño se sienta retado, pero no abrumado. Dejar que los niños se enfrenten a pequeños desafíos y los superen les enseña que son competentes y que pueden confiar en sus propias capacidades. Esto puede ser algo tan sencillo como dejar que el niño prepare una parte de su desayuno, o que sea él quien decida qué ropa ponerse según el clima. Estos pequeños actos contribuyen a que el niño desarrolle una autoestima fuerte y una autopercepción positiva de sí mismo.

Otro aspecto esencial es la autenticidad de los elogios. Los niños perciben cuando un elogio no es sincero o no está basado en un logro real. Briggs insiste en que los padres deben ser auténticos y específicos con sus elogios, de modo que el niño comprenda exactamente qué ha hecho bien y por qué eso es valioso. En lugar de decir «eres el mejor», podemos decir «me encanta cómo compartiste tus juguetes con tu amigo, eso demuestra que eres muy generoso». De esta forma, el niño entiende el comportamiento que se valora y se siente motivado a repetirlo, sabiendo que su esfuerzo tiene un impacto positivo.

Diferenciar entre el niño y su comportamiento

Otro de los conceptos clave que explora Briggs es la importancia de diferenciar entre el niño y su comportamiento. Muchas veces, en la prisa del día a día, es fácil confundir la acción del niño con su esencia. Por ejemplo, cuando nuestro hijo hace algo que consideramos incorrecto, como empujar a su hermanito, podemos sentirnos tentados a etiquetarlo como «malo» o «agresivo». Sin embargo, la autora sugiere que es fundamental enfocarse en el comportamiento y no en el niño como persona.

Cuando cometemos el error de etiquetar al niño en lugar de referirnos al comportamiento, estamos colocando un peso innecesario sobre su identidad. Los niños, que están en pleno proceso de formación de su autoimagen, tienden a interiorizar lo que los adultos más importantes de su vida dicen de ellos. Por eso, es vital hacer una separación clara y constante entre quién es el niño y lo que ha hecho.

Si decimos «lo que hiciste estuvo mal porque lastimaste a tu hermano», en lugar de «eres malo por empujar», le estamos ayudando a entender que lo que rechazamos es la acción y no su esencia. Este enfoque enseña a los niños a responsabilizarse por sus actos sin dañar su autoestima. Además, los hace sentir amados y aceptados, aún cuando cometen errores, lo cual es esencial para su desarrollo emocional.

Un ejemplo común puede darse al recoger a tu hijo de la escuela y recibir una nota de que estuvo interrumpiendo la clase. En lugar de decir «siempre estás portándote mal en la escuela», podrías preguntarle cómo se sintió durante la clase y explicarle cómo ese comportamiento afecta a otros niños. La idea es construir un puente hacia la comprensión y la mejora, en lugar de generar sentimientos de culpa y rechazo. Este tipo de enfoque favorece el desarrollo de la empatía, ya que el niño comienza a comprender cómo sus acciones afectan a los demás, pero sin sentir que él mismo es una mala persona.

Briggs subraya que los padres deben ser cuidadosos al manejar la frustración y el enojo hacia los comportamientos problemáticos de sus hijos. Es natural sentir frustración cuando el comportamiento de un niño resulta inapropiado, pero lo importante es cómo canalizamos esa frustración. Los niños aprenden de nuestros ejemplos y, cuando los padres logran expresar su enojo de manera calmada y respetuosa, los niños también aprenden a manejar sus emociones de la misma manera. Por ejemplo, en lugar de gritar cuando el niño no obedece, podemos decir: «Me siento muy frustrado porque te he pedido varias veces que hagas esto y no lo has hecho. Necesito que colabores para que podamos terminar pronto». Esta forma de comunicación es firme pero respetuosa, y enseña al niño a lidiar con el conflicto de manera positiva.

El amor incondicional como base de la seguridad emocional

Briggs también nos recuerda el poder del amor incondicional. A menudo los padres pensamos que amamos incondicionalmente a nuestros hijos, pero ¿realmente se los comunicamos de forma clara? Un niño necesita saber, sin lugar a dudas, que es amado no por lo que hace, sino simplemente por ser quien es.

Cuando un niño siente que el amor de sus padres depende de sus logros, puede crecer con una sensación constante de insuficiencia, como si siempre tuviera que «hacer algo más» para ganarse el amor. Este tipo de presión puede tener efectos duraderos, afectando sus relaciones personales y su bienestar emocional a lo largo de la vida.

Para cultivar este amor incondicional, es fundamental dedicar tiempo a compartir momentos de calidad con nuestros hijos, sin importar lo que hayan hecho o dejado de hacer. Si un niño ha tenido un mal día en la escuela, en lugar de enfocarnos sólo en las cosas que «debería haber hecho mejor», podemos enfocarnos en cómo se siente y qué podemos hacer para que sepa que siempre cuenta con nuestro apoyo. Pequeñas acciones, como leer un libro juntos antes de dormir o simplemente abrazarlos y escuchar cómo fue su día, son formas muy poderosas de demostrar este amor.

Además, el lenguaje no verbal juega un papel crucial en la comunicación del amor incondicional. Las miradas, el contacto físico, el tono de voz, todos estos elementos comunican más de lo que las palabras a veces pueden expresar. Cuando un niño siente la seguridad del abrazo de un padre, o el simple gesto de sentarse a su nivel y mirarlo a los ojos mientras habla, comprende que el amor está ahí, sin importar las circunstancias.

Otro aspecto que Briggs enfatiza es el poder del perdón. Mostrar a nuestros hijos que somos capaces de perdonarlos, y también de pedirles perdón cuando cometemos errores, refuerza la noción de amor incondicional. No se trata de que el niño no tenga consecuencias por sus actos, sino de entender que, pase lo que pase, el vínculo de amor no se rompe. Así, el niño aprende no solo a ser responsable, sino también a ser compasivo consigo mismo y con los demás.

El amor incondicional también implica aceptar a nuestros hijos tal y como son, sin intentar moldearlos según nuestras expectativas. Cada niño tiene sus propias habilidades, intereses y limitaciones, y como padres, es nuestra responsabilidad reconocer y apoyar estas diferencias. Cuando aceptamos a nuestros hijos sin tratar de cambiar su esencia, les damos el mensaje de que son valiosos simplemente por ser ellos mismos. Esto no solo fortalece la seguridad emocional del niño, sino que también le permite explorar sus propios intereses y talentos sin miedo al juicio o al rechazo.

Briggs sugiere que los padres dediquen tiempo a crear rituales de conexión que fortalezcan este amor incondicional. Estos rituales pueden ser tan simples como una cena familiar en la que todos compartan algo positivo sobre su día, o un momento antes de dormir en el que se recuerden mutuamente cuánto se quieren. Estos rituales proporcionan una estructura y una previsibilidad que son reconfortantes para los niños y ayudan a cimentar la seguridad emocional que necesitan para desarrollarse de manera saludable.

La importancia de la escucha activa

Un pilar fundamental en la filosofía de Briggs es la escucha activa. Escuchar activamente implica mucho más que simplemente oír las palabras de nuestro hijo; significa prestarle toda nuestra atención, con empatía y sin juzgar. Cuando un niño se siente realmente escuchado, siente que sus pensamientos y sentimientos importan, lo cual es crucial para el desarrollo de una autoestima sana y para fortalecer el vínculo afectivo con sus padres.

En la práctica, la escucha activa puede verse en momentos como cuando nuestro hijo llega a casa preocupado porque no lo escogieron para el equipo de fútbol. Aunque podríamos querer consolarlo rápidamente diciendo «no te preocupes, la próxima vez te escogerán», Briggs sugiere que primero tomemos un momento para validar sus sentimientos: «Entiendo que te sientas triste, es difícil cuando no somos escogidos para algo que queríamos». De esta manera, el niño se siente comprendido y aceptado, y luego podremos ofrecerle apoyo para manejar la situación.

La escucha activa implica también reflejar lo que el niño nos dice. Esto significa repetir o parafrasear lo que el niño ha expresado, para asegurarnos de que hemos entendido bien y para demostrarle al niño que realmente le estamos prestando atención. Frases como «parece que te sentiste muy frustrado cuando eso pasó» o «entiendo que te duele que no te hayan elegido» permiten que el niño se sienta validado y que su experiencia emocional tenga un lugar seguro para ser procesada.

La escucha activa es especialmente útil en momentos de conflicto. Cuando un niño está molesto y se siente incomprendido, a menudo lo que más necesita es ser escuchado antes de recibir cualquier consejo. En estos momentos, como padres, es fácil caer en la tentación de ofrecer soluciones rápidas o de minimizar los sentimientos del niño, pero la clave está en resistir ese impulso y permitir que el niño se exprese por completo. Esta validación es una herramienta muy poderosa para la conexión emocional y para enseñar a los niños a gestionar sus propias emociones.

Briggs también enfatiza la importancia de no interrumpir al niño mientras está hablando. Como adultos, a menudo nos vemos tentados a intervenir con consejos o soluciones, pero la escucha activa requiere paciencia. Cuando permitimos que el niño se exprese sin interrupciones, estamos demostrando respeto hacia sus pensamientos y sentimientos. Esto no solo fortalece su autoestima, sino que también les enseña a escuchar a los demás de la misma manera. Aprender a escuchar sin interrumpir es una habilidad crucial para la vida y es fundamental para las relaciones saludables.

Además, la escucha activa implica hacer preguntas abiertas que inviten al niño a reflexionar y expresarse más. En lugar de preguntar «¿te fue bien en la escuela?», podríamos decir «cuéntame qué fue lo mejor y lo más difícil de tu día». Este tipo de preguntas muestran un interés genuino y animan al niño a abrirse más, creando así un espacio seguro donde puede expresar tanto sus alegrías como sus preocupaciones.

La escucha activa no solo ayuda al niño a sentirse comprendido, sino que también les enseña a comprender sus propias emociones. A través de este proceso, los niños desarrollan una mayor conciencia emocional, lo cual es esencial para aprender a gestionar sus sentimientos de una manera saludable. Por ejemplo, al ayudar al niño a ponerle nombre a lo que siente (frustración, tristeza, alegría), estamos dándole herramientas para entender y comunicar sus emociones de manera más clara y efectiva.

El papel de la disciplina positiva

Otro tema fundamental que aborda Dorothy Corkille Briggs es la disciplina positiva. Ella enfatiza que la disciplina no se trata de castigar al niño, sino de enseñarle a tomar mejores decisiones. La disciplina positiva busca fomentar la comprensión de las reglas y los límites de una manera que los niños puedan internalizar, no por temor al castigo, sino por el deseo de hacer lo correcto.

En lugar de utilizar castigos severos que a menudo generan resentimiento y no abordan el problema subyacente, Briggs propone una aproximación basada en el respeto mutuo. Por ejemplo, si un niño rompe un objeto en casa, en lugar de castigarlo automáticamente, podemos involucrarlo en la solución: «Entiendo que fue un accidente, pero necesitamos arreglarlo. ¿Qué crees que podrías hacer para ayudar a solucionar esto?». Esto no solo le enseña a ser responsable de sus actos, sino que también fomenta la empatía y la colaboración.

La disciplina positiva también implica la creación de un entorno donde el niño entienda claramente cuáles son los límites y las expectativas. Esto no significa imponer reglas arbitrarias, sino establecer normas coherentes y explicarlas de manera que el niño comprenda por qué existen. Por ejemplo, si la regla es no ver televisión hasta terminar las tareas, es importante explicar cómo esto le ayudará a concentrarse mejor y a disfrutar del tiempo de ocio después. La consistencia en la aplicación de estas reglas es clave para que el niño aprenda a prever las consecuencias de sus acciones y a actuar de manera responsable.

Briggs nos anima a usar consecuencias naturales siempre que sea posible. Esto significa permitir que el niño experimente las consecuencias lógicas de sus acciones, en lugar de imponer castigos que no tengan relación con el comportamiento. Por ejemplo, si el niño se niega a ponerse un abrigo y luego siente frío, esa experiencia le enseñará más que cualquier reprimenda. Este enfoque ayuda al niño a aprender a partir de la experiencia directa, desarrollando así una comprensión más profunda de la relación causa-efecto en su comportamiento.

La disciplina positiva también se centra en el refuerzo positivo. Cuando los niños muestran comportamientos adecuados, es importante reconocerlos y celebrarlos. Esto no significa sobornar al niño, sino reconocer su esfuerzo y su buen comportamiento de una manera significativa. Por ejemplo, si un niño comparte sus juguetes con su hermana, podemos decir: «Me gusta mucho cómo compartiste tus juguetes, eso demuestra que eres considerado». Este tipo de afirmaciones ayudan a consolidar el comportamiento positivo y motivan al niño a seguir actuando de manera adecuada.

Otro aspecto importante de la disciplina positiva es enseñar habilidades de resolución de problemas. Cuando un niño actúa de manera inapropiada, en lugar de simplemente castigarlo, Briggs sugiere que los padres se sienten con el niño y lo guíen en un proceso de reflexión sobre lo que ocurrió y cómo podría haber actuado de otra manera. Preguntas como «¿qué crees que podrías hacer la próxima vez para evitar este problema?» o «¿cómo crees que se sintió tu hermano cuando hiciste eso?» ayudan al niño a desarrollar su capacidad de análisis y a encontrar soluciones más constructivas para el futuro.

El rol de los padres como modelos a seguir

Uno de los puntos más poderosos que hace Briggs es que los padres son los modelos más importantes para sus hijos. Los niños aprenden mucho más de lo que ven que de lo que se les dice. Así que, si deseamos que nuestros hijos sean respetuosos, empáticos y responsables, debemos modelar ese comportamiento en nuestras propias vidas.

Por ejemplo, si queremos que nuestros hijos aprendan a resolver conflictos de manera pacífica, es esencial que nos vean a nosotros como padres resolviendo nuestras diferencias de forma calmada y respetuosa. Esto no significa que los padres no puedan tener desacuerdos, sino que deben mostrar cómo esos desacuerdos se manejan con respeto mutuo y sin gritos o agresiones. Un niño que crece viendo a sus padres resolver problemas con una comunicación abierta y respetuosa aprenderá, casi sin darse cuenta, a hacer lo mismo.

Briggs también destaca que la autocompasión es importante: ser buenos modelos para nuestros hijos también implica mostrarnos a nosotros mismos como seres humanos que cometen errores y que están dispuestos a corregirlos. Esto enseña a los niños a aceptar sus propias imperfecciones y a ver el error como una oportunidad de aprendizaje, en lugar de como una razón para castigarse a sí mismos.

Mostrar vulnerabilidad es una herramienta poderosa de enseñanza. Cuando los padres admiten sus errores y se disculpan, enseñan a sus hijos que cometer errores es parte de ser humano y que lo importante es cómo se responde a esos errores. Este tipo de actitud fomenta un ambiente familiar donde el crecimiento personal es una meta compartida, y donde el perdón y la mejora continua se valoran más que la perfección.

Además, ser un buen modelo implica vivir de acuerdo con los valores que queremos transmitir. Si deseamos que nuestros hijos valoren la honestidad, debemos ser honestos con ellos y con las personas que nos rodean. Si queremos que sean responsables, debemos mostrar responsabilidad en nuestras acciones cotidianas. Este tipo de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es fundamental para que los niños internalicen los valores que deseamos inculcarles. Por ejemplo, si queremos que nuestros hijos desarrollen el hábito de la lectura, es importante que nos vean leer y disfrutar de la lectura, no solo imponerles el hábito sin nuestro propio ejemplo.

Otra forma importante de modelar el comportamiento adecuado es mostrar respeto y empatía hacia los demás en el entorno cotidiano. Esto incluye cómo tratamos a los vecinos, a otros miembros de la familia, y a las personas con las que interactuamos diariamente. Los niños observan cómo sus padres tratan a los demás y aprenden a replicar ese comportamiento. Mostrar respeto hacia otros, incluso cuando no estamos de acuerdo, es una lección invaluable para enseñar tolerancia y empatía a nuestros hijos.

Fomentar la autonomía y la responsabilidad

Un aspecto esencial del desarrollo infantil, según Briggs, es el fomento de la autonomía. Esto implica dar a los niños la oportunidad de tomar decisiones apropiadas para su edad y de aprender de sus propias experiencias. Fomentar la autonomía no significa dejar que el niño haga todo por su cuenta sin orientación, sino ofrecerle un equilibrio entre apoyo y libertad.

Por ejemplo, permitir que un niño pequeño elija su ropa para el día, incluso si los colores no combinan perfectamente, es una forma maravillosa de enseñarle a tomar decisiones y de respetar su sentido de independencia. De esta manera, el niño siente que tiene un cierto control sobre su vida, lo cual es fundamental para desarrollar una autoestima sana y un sentido de responsabilidad.

En la adolescencia, la autonomía toma una forma diferente, ya que los adolescentes comienzan a explorar su identidad y a cuestionar los límites impuestos por sus padres. En este contexto, la recomendación de Briggs es mantener una comunicación abierta, ofreciendo guía pero sin imponerla, ayudando a los adolescentes a tomar decisiones informadas y asumiendo las consecuencias de sus actos. Esto no solo fomenta la responsabilidad, sino que también fortalece la confianza entre padres e hijos.

Fomentar la autonomía también significa crear oportunidades para que el niño contribuya al hogar de manera significativa. Involucrar a los niños en tareas domésticas, como poner la mesa o cuidar del jardín, no solo les enseña habilidades prácticas, sino que también les permite sentirse útiles y valorados. Estas experiencias contribuyen a su sentido de competencia y de pertenencia, aspectos clave para una autoestima fuerte.

Briggs sugiere que los padres también deben aprender a soltar el control gradualmente. Esto implica confiar en las habilidades y el juicio de nuestros hijos a medida que crecen, incluso cuando sabemos que pueden cometer errores. La autonomía no se desarrolla de la noche a la mañana, y los errores son una parte importante del aprendizaje. Al permitir que nuestros hijos enfrenten retos y asuman responsabilidades acordes a su edad, les damos la oportunidad de crecer y de desarrollar confianza en sus propias capacidades.

Un aspecto crucial para fomentar la autonomía es enseñar a los niños a tomar decisiones informadas. En lugar de decirles siempre qué hacer, podemos presentarles las opciones y hablar sobre las posibles consecuencias de cada una. Por ejemplo, si un niño está decidiendo si quiere unirse a un equipo deportivo, podríamos hablar sobre el compromiso que esto implica y cómo afectará su tiempo libre, para que pueda tomar una decisión con toda la información. Este proceso no solo le enseña sobre la toma de decisiones, sino que también le da una sensación de control y responsabilidad sobre su vida.

Otro punto importante que menciona Briggs es la importancia de celebrar los logros individuales. Cada niño es diferente y tiene su propio ritmo de desarrollo. Al celebrar los logros personales de cada niño, sin compararlos con otros, fomentamos un sentido de competencia sana y de satisfacción personal. Esto puede ser tan simple como reconocer el esfuerzo que un niño hizo para completar un rompecabezas, o celebrar cuando ha aprendido a amarrarse los zapatos por sí solo. Estos pequeños logros son enormes pasos hacia la independencia y deben ser reconocidos y valorados.

Finalmente, Briggs enfatiza la importancia de enseñar responsabilidad a través del ejemplo. Los padres pueden mostrar responsabilidad en su vida diaria, cumpliendo con sus compromisos y siendo consistentes en sus acciones. Involucrar a los niños en tareas del hogar, como cuidar de una mascota o ayudar a preparar la cena, les enseña que son parte de una comunidad donde cada uno tiene un papel importante. La responsabilidad también se fomenta cuando los niños ven a sus padres asumir las consecuencias de sus propios actos, ya sea cumplir con una promesa o disculparse cuando se han equivocado.

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